Gran Cañon en Bicicleta

Una Promesa en Bicicleta al Gran Cañon

Tenía una fotografía en mi habitación del Gran Cañón, la miraba casi todos los días, justo antes de salir con mi bicicleta y recorrer la orillas del río junto a mi casa. Cada día aumentaba un poco más, un poco más hasta llegar a los 5 kilómetros. Todo me dolía, en algunos tramos llegué a llorar del dolor. Los que me conocen posiblemente quedarían asombrados, sobre todo después de lo que me dijo el doctor después del accidente.

Siempre he amado el deporte, sobre todo el ciclismo, tengo una bicicleta de montaña con la cual subía escarpados cerros y los descendía como si fuera terreno pavimentado, brincaba entre rocas, arbustos y espinas esquivando y dirigiendo la bicicleta a mi antojo, aquello fue antes de quedar inmovilizado.

Antes del accidente, estaba en mi mejor forma, recorría 20 kilómetros todos los días, ejercitaba y corría. Mi sueño era realizar el recorrido en bicicleta de cinco días por el Gran cañón. El precio que uno debe de pagar es en disciplina, determinación, esfuerzo.

Recorrer el camino por la vereda surcando los pinos a un lado del acantilado del Gran Cañón por la zona norte. Conocer la famosa meseta Kaibab, atravesarla hasta llegar al camino arcoíris. Es realmente una ruta escénica pero se lo había prometido a mi padre. Son 18 millas de un bello recorrido en el que se puede admirar la vida silvestre mientras de admira la vista del Gran Cañón del Colorado.

Mi padre y yo no estábamos en buenos términos, llegó un día a mi casa sin avisar. Platicamos, yo con poca disposición, pero él continuaba animado a pesar de mis malas caras y escasas respuestas “Si”, “No” fue lo más que llegué a decir. Me había enseñado a andar en bici, me había comprado mi primera bicicleta y juntos habíamos recorrido muchos caminos antes de que me fuera a la universidad. Él quería seguir ordenando en mi vida, mandando y diciendo lo que debía o no debía hacer, autoritario y terco ya no lo soportaba. Por ello nos distanciamos, muchos años duramos sin hablarnos y sin saber uno del otro, hasta aquella tarde que fue a verme. Hablamos tanto de ciclismo posiblemente porque era lo único que nos unía ya para entonces, no se cómo lo hizo, pero logró convencerme a acompañarlo a el Gran Cañón a aquél recorrido escénico del que yo en realidad no sabía nada hasta entonces.

El viejo era muy listo, comencé a entusiasmarme y a hablar con él todos los días, yo quería algo intenso, pues descubrí algunas otras rutas que se ofrecen en el Gran Cañón para ciclistas verdaderamente retadoras. Tenía un mapa de la zona delineado, tiempos que haríamos y zonas de interés. Él me pidió que el recorrido fuera más ligero, su salud ya no era buena por lo que el recorrido debía ser suave. Decidió quedarse en la casa de mi tío unos días antes de nuestro viaje.

Sonó el teléfono a la mitad de la noche “tu padre no está bien” me dijo mi tío preocupado, ha sufrido otro infarto. –“¿Otro?” pensé para mis adentros, ni siquiera sabía que estaba mal de su corazón. –“El doctor dice que está muy grave, que posiblemente no pase la noche” finalizó mi tío.

Sin pensarlo tomé mi bicicleta y salí a la mitad de la noche a verlo al hospital, fue en ese preciso momento que me di cuenta lo mucho que lo quería, no estaba dispuesto a dejarlo ir. Aún había mucho que vivir juntos, aún tenía tanto por enseñarme, quería abrazarlo, decirle que había sido un tonto en dejarle de hablar por tantos años.

Las piernas me quemaban, mas nada me importaba, corrí lo más veloz que pude, sin pensar, sin precaución, era de noche y había pocos autos. Un conductor no me vio, crucé y el giró, impactando su auto en mi costado. Salí volando varios metros, mi espalda quedó despedazada, dos vértebras quedaron trituradas, los huesos del hombro roto en dos secciones así como una severa contusión.

Llegué al hospital en donde estaba mi padre en ambulancia, no lo vi morir, no supe nada por tres semanas que duré inconsciente.

Los doctores fueron francos, -“no volverás a caminar” me dijeron, -“hemos visto casos como el tuyo, debemos de operar con urgencia” insistían. No hice caso, al final, igual de testarudo que mi padre. Yo decidiría mi destino, me enfocaría en mi recuperación y oraría todos los días para recuperarme, cómo retoma la fe cuando acontece una desgracia. Sabía que si me operaba, tendría algo de movilidad, pero no me recuperaría y no podría volver a tocar una bicicleta en mi vida.

Duré un año en recuperación, pero una a una, afronté las sentencias que habían proferido los médicos. Decían que no podría sostenerme de pie…me sostuve yo mismo. Insistieron, “jamás caminaría”… ¡Caminé!, decían que no volvería a correr… ¡Corro!

Yo tenía un compromiso que debía cumplir; cada día de la dolorosa terapia, de los momentos de frustración en los que quería rendirme y decía que lo que hacía era estúpido, una tontería pensaba en mi padre, en aquel recorrido en bicicleta por el Gran Cañón que ambos habíamos soñado. En que él, aún enfermo, ofreció realizar el recorrido como una forma de reconectarse conmigo.

Iría al Gran Cañón, el precio que pagara no me importaba, subiría en bicicleta y realizaría aquél recorrido, no existía otra opción.

Finalmente llegó el momento, la convivencia con otros ciclistas fue extraordinaria, acampábamos y platicamos en grupo, cruzamos claros, montañas, los caminos, incluso las veredas estaban en excelentes condiciones. En lo alto del Gran Cañón abrí mi mochila, de ella saqué las cenizas de mi padre. Habíamos realizado nuestro último recorrido juntos. Destapé la urna y esparcí las cenizas al viento, recordándolo con gran cariño oré y agradecí todos los momentos que vivimos juntos, buenos y malos, le agradecí el haberme convertido en el hombre que hoy soy y regresé a casa, misión cumplida.